Ascensores

Hace un año os desvelé uno de mis "miedos", y lo pongo entre comillas porque más que miedo es asco. Os hablo de los caracoles. Bien, hoy llega el turno de confesar otro, los ascensores. Esas máquinas claustrofóbicas que te suspenden en el aire por un cable del tamaño de un pulgar. Exagerada, estaréis pensando... ¿de verdad?, acaso nadie ha visto el principio de Speed, o El Coloso en llamas, o Sr y Sra Smith... Ascensores que se caen. Donde esté el subir a pata que se quiten los ataudes colgantes esos...

Pero a veces, por salud (subir 11 pisos andando no es nada bueno ni para las rodillas ni para los tobillos), por descuido (a veces se me olvida que tengo miedo a las cosas, sí), o por no parecer un bicho raro, me subo a un ascensor. La última vez, esta misma tarde, y encima ha sido idea mía. Iba con María (la bella, o la otra... una de las dos) por la facultad y he pensado "¿a dónde llevará este ascensor?"... Mal pensado. Nos hemos subido, y ya de primeras daba mal royo. Al darle al botón ha sonado algo raro y ya he entrado en shock. Me he agarrado el corazón para que no se me saliera del pecho mientras bajábamos los tres pisos a la velocidad a la que funcionan los experimentos del Hormiguero. En ese rato me ha dado tiempo a pensar en por qué coño se me había ocurrido montarme ahí, he visto pasar mi vida por delante de mis ojos y hasta me ha dado tiempo a hacer el testamento mientras María hacía el esfuerzo sobrehumano de mantenerse de pie mientras se descojonaba de pie. Lo mejor es que nos hemos dado cuenta de que nos habríamos ahorrado muchos kilómetros por la facultad con ese ascensor...