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Ponte en su piel

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Ana, Bea, Carlos y Dani llegaron a una isla desierta. No tenían nada y no se conocían de nada. Juntos trabajaron por salir adelante y sobrevivir. Encontraron agua potable al norte de la isla, grandes frutales en el este y animales en el oeste. En el sur tenían grandes palmeras de las que sacaban madera y hojas para hacer sus cabañas y sus camas. Instalaron su campamento en el centro de la isla.

Un día, Ana, que era la que se encargaba de recoger y llevar agua al campamento, decidió que ahorraría tiempo si se instalaba cerca del manantial. Sus compañeros pensaron que era una locura porque eso la alejaría de la comida y el material, pero ella no cambió de opinión y se mudó sola.

No habiendo pasado mucho tiempo sus compañeros se quedaron sin agua potable y decidieron ir al manantial a coger más y de paso llevarle algo de comida a Ana como obsequio. Ana les recibió encantada y les ayudó a coger toda el agua que necesitaban. Estas visitas se continuaron durante un tiempo, hasta que un día a Bea, Carlos y Dani no les dio tiempo a recoger comida suficiente como para ofrecer a Ana, así que fueron a recoger agua y a visitarla con las manos vacías. Ana se enfureció al ver que sus compañeros no le habían llevado nada y se negó rotundamente a darles su agua hasta que no le llevaran algo a cambio. Así que Dani volvió a por las frutas que tenían para cenar y se las dio por el agua.

Aunque no muy conformes, decidieron continuar con estos intercambios para poder sobrevivir y convivir lo mejor posible. Pero al poco tiempo Bea, que se encargaba de la caza y Dani que recogía la fruta decidieron al igual que Ana instalarse en el oeste y el este respectivamente, dejando a Carlos en el sur recogiendo material para las cabañas. Los intercambios funcionaban muy bien, ya que todos necesitaban los servicios de los demás. Pero después de un tiempo, cada uno tenía su cabaña bien montada, así que los servicios de Carlos dejaron de ser indispensables para los demás. Al principio Carlos ayudaba a los demás en sus tareas a cambio de agua o comida, pero Ana, Bea y Dani se dieron rápido cuenta que la ayuda que percibían les aportaba menos que los recursos que le daban a Carlos. Todos pensaron que no necesitaban su ayuda y menos a cambio de tener que compartir sus recursos. Así que dieron de lado a Carlos que tuvo que intentar sobrevivir como podía, ya que si sus compañeros lo veían en sus territorios lo echaban rápido de allí recriminándole su invasión.

A los pocos días del aislamiento de Carlos hubo una tormenta terrible que destruyó todas las cabañas. Todos acudieron al sur a pedir permiso a Carlos para recoger madera y hojas para sus cabañas y éste los recibió encantado. Los ayudó a recoger y transportar la madera e incluso a montar las cabañas, ya que era el más habilidoso. Así consiguió que sus compañeros volvieran a ofrecerle comida y agua. Cuando sus compañeros tenían las cabañas reparadas casi del todo, dejaron de pedir ayuda a Carlos además de seguir llevándose material sin pedir permiso. Y, por supuesto dejaron de alimentar a Carlos.

Así pasó el tiempo y el pobre Carlos que apenas tenía agua o comida que echarse a la boca pedía ayuda a sus compañeros que ignoraban sus peticiones. Un día, después de no haber comido en una semana y de haber bebido tan sólo las pocas gotas del rocío, intentó ir a por agua al norte, pero en cuanto Ana lo vio lo echó de allí. Cuando le preguntó por qué a él no le dejaba ir y a Bea y Dani sí, Ana le respondió que ellos tenían el pase y él no. El pase era una piedra aplanada con una marca encima. Carlos le preguntó cómo podría conseguir uno a lo que Ana le contestó que estudiaría su propuesta y le contestaría en un plazo mínimo de una semana. ¡Una semana! ¡pero si él tenía hambre y sed ahora!. Como ni siquiera sabía si iba a aguantar tanto, Carlos hizo una marca en una piedra parecida y al intentar pasar al territorio del norte se la enseñó. Al ver que era falsa le echaron y le prohibieron volver a entrar.

Repudiado, hambriento y desfallecido Carlos cayó al suelo bajo una de las palmeras a las que tantas veces había escalado Ya no tenía fuerzas apenas para moverse, así que simplemente decidió descansar y cerró los ojos. No los volvió a abrir.





Continuará, aunque de otra forma...

2 comments

Anónimo dijo...

Esta historia es un poco como la vida misma... no?

Xurryrisa dijo...

pos eso... por desgracia...

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Pues nada, que si eso nos puedes contar algo aquí, que siempre se agradece..