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Sonríe, por favor

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Es duro levantarse todas las mañanas. Cuando suena el despertador y oigo a Frank Blanco hablando con toda su energía o escucho la canción que tengan puesta lo único que puedo pensar es en mandar el despertador a tomar por culo darme media vuelta y seguir durmiendo. Sin embargo, después de darle un par de veces al botoncillo ese de los 10 minutos (tengo el despertador adelantado 10 minutos sólo para poder usarlo ) me resigno y me siento en la cama y, mientras me cruje toda la espalda pienso: "Hoy va a ser un buen día". Así que me pongo en marcha y hasta salgo de casa con energía y buen humor (¡qué remedio!).
A partir de ahí pueden pasar dos cosas: que siga contenta (aunque muerta de sueño), o que me encabrone (y encima jodida porque no me puedo echar la siesta). Esto sólo depende de cómo surjan las cosas. Me explico:

Buen día : Llego a la estación y la repartidora me da el periódico con su mejor sonrisa y los buenos días, a lo que la contesto con una sonrisa y un gracias. Al pasar por los tornos hay una cola tremenda, pero todos aguardamos pacientemente y, de echo, algún señor, casi siempre sesentón, me sonríe y me dice: "pase usted joven, que seguro que lleva más prisa". Aunque nunca voy con prisa (odio correr por Renfe) le doy las gracias y paso. Al llegar el tren todos esperamos ordenadamente en los andenes a que baje hasta el último pasajero y entonces subimos despacio, respetándonos los unos a los otros, encontremos sitio o no. Al llegar a mi destino los pasajeros que esperan en el andén nos dejan salir del tren antes de entrar. Al subir por las escaleras cada uno va por su lado y al pasar por la puerta (que en mi parada es bastante estrecha) nos ordenamos para no estrujarnos. Al llegar al hospital, cuando ya me he cambiado, alguien me para por el pasillo para preguntarme por alguna consulta y tanto si sé contestar como si no, me sonríe y me da las gracias, a lo que yo sonrío y le doy los buenos días. Con que se cumpa al menos una de estas cosas ya soy feliz y me siento bien.

Mal día : Llego a la estación y la repartidora muy educadamente me ofrece el periódoco, pero, de repente, surge un brazo (con codo incluido) y se cuela con el resto del cuerpo entre el periódico y mi mano, así que cojo el siguiente periódico como puedo y le doy las gracias a la chica mientras le pongo cara de odio al dueño/a del brazo. Intento pasar por los tornos, pero ya hay gente discutiendo y ocupando media estación. Pruebo a pedirle al de seguridad que abra uno para que pasemos directamente con los abonos, pero muy "educadamente" me da a entender que eso significa trabajar y que él no está ahí para eso. Así que me cuelo entre los gritos y los codos y consigo llegar al andén donde está todo el mundo apelotonado y cuando llega el tren es imposible ni moverse. Al fin, después de llevarme 3 ó 4 codazos, unos cuantos pisotones y algún que otro bolsazo consigo entrar en el tren y, con suerte, si una señora no ha sentado a su bolso (el pobre estará destrozado de llevar a la tía colgando...) puedo hasta encontrar sitio. Al llegar a la estación hay un montón de gente dentro del vagón taponando la puerta, así que como puedo me cuelo por debajo de los sobaquillos (que cómo huelen algunos ya a primera hora...) y llego hasta el botón y todo. Se abre la puerta y aquello parece un concierto: 30 personas en el andén esperando a que te tires encima suya (al menos eso parece). Como mi faceta de cantante la dejo para la ducha, pues me busco un sitio por donde pasar, y ellos muy "amablemente" me lo dejan a base de subirse al tren (sin haberme dejado salir aún). Al fin después de nadar entre la gente entre sudor y lágrimas consigo llegar a la escalera (la normal, que la mecánica no me gusta) y, claro, como soy la única que sube andando, la manada que baja me arrolla, así que me pego a la barandilla de mi derecha y subo todo lo encogida que puedo hasta que me encuentro con la típica tocapelotas (siempre es chica) que que va siguindo la fila de baldosas de su izquierda (la pobre sigue buscando el camino de baldosas amarillas...) y no se mueve, así que a esquivarla como puedo. Después de mandarle saludos a toda su familia llego a la minúscula puerta en la que se impone la ley de la selva y sólo pasa el más fuerte. Llego al hospital con la paciencia ya bajo mínimos y me para alguien preguntándome por la consulta de un médico especialista de una parte del cuerpo de la que no he oído ni hablar y, al no saber indicarle (aunque manteniendo siempre mi educación y mi sonrisa) se va refunfuñando y maldiciéndome por no haberle indicado.


Aunque puede parecer exagerado es real. La pena es que el segundo caso es el que se cumple casi todas las mañanas. Alguna vez he pensado que quizás si empiezo a hacer yo lo mismo a lo mejor no me mosquearía tanto todas las mañanas... Pero no puedo. No soy así. A mí de pequeña me enseñaron unas normas de educación, convivencia y respeto y creo que es lo último que debo perder. Así que seguiré puteada todas las mañanas, pero cuando os encontreis conmigo seguiré teniendo mi educación y os seguiré respetando, porque si a mí me gusta que me traten así, imagino que al resto también le gustará y con eso ya soy feliz. Os invito a que lo probeis, seguramente os gustará y tal vez un día consigamos que las mañanas se parezcan a la de la primera situación. Sonreíd, por favor que seguro que alguien os devuelve la sonrisa. Al menos yo lo haré.

1 comment

Lothh dijo...

Buenas, he llegado aquí a través de Alba, y me está gustando mucho tu blog. A mi me pasa un poco lo mismo con el tema de la educación. Un día vi una película, que me consiguió arrancar más de una lágrima, y contaba la historia real de una mujer a la que la vida le había tratado más bien como el culo (y perdona la expresión), a lo que ella respondía con una sonrisa y con lo mejor de ella. Desde aquel día intento recordar siempre a Cándida en este tipo de situaciones.
Un saludo!

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